Alimentación sostenible

Como ciudadanos y ciudadanas, ¿somos libres de elegir una alimentación sostenible y saludable?

Pablo Pérez Acevedo


Vamos a empezar definiendo qué vamos a entender como libertad en este contexto: la capacidad de elección de un individuo usando la razón, sin ser influenciado por un agente externo que le lleve a una elección no adecuada a las condiciones o situación que más favorezca a dicho individuo. Hablando claro, la capacidad de una persona de elegir la opción que más le favorezca sin ser influido por nada externo.

Para entrar en materia, imaginémonos que tenemos siete u ocho años.

Estamos en casa de nuestros abuelos, tíos, o padres (si eran de esos afortunados que no trabajaban por las tardes), y nos apetece merendar algo. A nadie en su sano juicio, con esa edad, se le ocurre decir que le apetece una tostada de guacamole o un té verde con un mini-sándwich integral de pollo y pepino. Nos apetece una Pantera Rosa, un Phoskito, un Tigretón o un sándwich de Nocilla, todos junto a un Cola-Cao, Nesquik o un zumo ultra procesado.

Pensamos que tomarnos 200 kilocalorías de un Cola-Cao o 350 de un sándwich de Nutella es algo normal para un pequeño de ocho años, pero analizando la cantidad de energía que necesita diariamente, podemos llegar a la conclusión que es una bomba de azúcares libres y que las abuelas están conspirando contra sus nietos con la idea de volverlos obesos, celebrando que fin nos comemos todo el plato de lentejas que tanto desean ellas que engullamos para ponernos grandes y fuertes como un superhéroe.

Esta vuelta a nuestra infancia, si se analiza con verdadera frialdad, nos hace darnos cuenta de que cuando pensábamos que un zumo o un bocadillo de paté eran sanísimos, éramos totalmente “esclavos” de un decisión que no estaba siendo libre. Éramos sin saberlo “esclavos” de estas empresas, tanto los jóvenes como los adultos.

Por supuesto que teníamos libertad de escoger comernos unos rollitos de calabacín y semillas de chía, pero veíamos estas otras marcas y productos presentes por doquier y pensábamos que eran totalmente sanas, que podríamos comernos un tráiler cargado hasta arriba sin tener consecuencias. Porque claro, algo no puede ser malo si se está anunciando en la tele, porque eso lo regula el gobierno.

La presencia de estos productos en la vida del español medio llega a ser parte de la cultura popular.

Prueba de ello es, por ejemplo, la trascendencia del grumo. Un 60% de los españoles prefieren la marca catalana de cacao en polvo, basado en los grumos que produce al disolverse en leche, a su principal competidora basada en la instantaneidad. Esto nos hace recapacitar en la importancia que estas empresas tienen en la sociedad de cada país, porque cualquier afirmación cala en nuestro subconsciente y no nos hace ser totalmente libres en nuestras decisiones entre saludable y no saludable.

Está claro que en un mundo tan globalizado es imposible no estar afectado por un agente externo. La publicidad es uno de los factores más influyentes porque es unos de los que más alcance tiene. Un claro ejemplo es el anuncio del cacao en polvo mencionado anteriormente: desde el momento en el que emitió en la década de los cincuenta su famosa canción sobre sus valores nutricionales, obtuvo el reconocimiento de todo el país.

Pero, ¿este agente externo realmente hace que a la hora de elegir un alimento, escojamos el no saludable en vez del saludable? En este contexto, desde 2012 en España se llevan regulando una serie de normas de la publicidad televisiva con la que son influenciados los jóvenes de nuestro país, el Código PAOS, que no ha sido especialmente efectivo. Esta ley regula el bombardeo de productos insanos a las personas menores de quince años. Sin embargo, hasta no hace muy poco (más concretamente, octubre de 2021), el Ministerio de Consumo no había intervenido seriamente. Desde entonces ha prohibido todo anuncio de comida no saludable a personas jóvenes.

En una publicación de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) se analizaron los seis primeros canales de televisión en España, y se concluyó que nueve de cada diez anuncios de comida para menores de 15 años era comida no saludable, lo que nos lleva a la conclusión que efectivamente no funcionaba esta ley.

Además, los datos que proporciona el Ministerio de Sanidad son muy reveladores y confirman que un 10,3% de la población española joven tiene obesidad y, por lo tanto, no han sido libres de elegir una vida saludable.

Con este análisis podemos ver que las personas más influenciables de la sociedad no se ven amparadas a día de hoy en relación a la alimentación. Pero la adulta no se queda atrás: según el mismo estudio del Ministerio de Sanidad, un 16% de los mayores de 18 tienen obesidad. Además el sobrepeso llega a nivel nacional a tener una media de 37,07%.

¿Cuál es el impacto de esta realidad en nuestro consumo?

Empezando con los problemas más destacados y relacionados con la alimentación actualmente, podemos mencionar el uso de azúcares libres y productos ultra refinados en la comida, así como el aumento en el consumo de sal y el bombardeo de publicidad. Estos problemas causan en la población obesidad, problemas cardiovasculares o diabetes. Cuatro de cada diez niñas y niños, de entre seis y nueve años, tienen sobrepeso u obesidad. 

Por lo general, se puede percibir que la población se ha vuelto menos sana en general comparado con las generaciones anteriores, más que nada, por la presencia de tantos aditivos en la alimentación. Sin embargo, sin los aditivos actuales, una gran cantidad de la comida presente no podría llegar a ser comercializada. Siempre está la duda de si necesitamos esos alimentos y, desde mi punto de vista, se puede prescindir de ellos completamente para favorecer el comercio local. O usar aditivos naturales, como antes se usaba el salazón, o conservar de otras maneras como la ultracongelación.

Por otra parte, respecto al consumo de sal, según la Organización Mundial de la Salud, se consumen aproximadamente unos 9 gramos de sal diarios, que comparado con el consumo medio diario recomendado de 5 gramos, es casi el doble. En relación al consumo del azúcar, casi un 90% de los bebés españoles consumen cereales hidrolizados, cereales que contienen un 20% de azúcar, algo que no se toma en cuenta.

Por poneros un ejemplo práctico, no hace mucho, mi padre fue diagnosticado de diabetes tras cuarenta y cinco años comiendo como ha querido. Cabe destacar que mi abuela era diabética y que, para más inri, tiene sobrepeso. Bueno, pues según su experiencia, para él ha sido mucho más complicado y ha sufrido más abandonando el azúcar y los productos ultraprocesados, que abandonando del tabaco.

Un dato del Ministerio de Consumo apunta a que cada niño y niña de España consume anualmente su peso en azúcar, y uno de cada tres tiene obesidad. Pero eso no es todo, según un artículo del periódico El Español basado en la revista Frontiers in Psychiatry, se hizo un estudio en la Universidad de California en el que analizaron los once criterios que poseen las sustancias adictivas basados en el estándar establecido por la Asociación Psiquiátrica Americana.

Este estudio concluyó que el azúcar es adictiva y que posee cinco de las once características (con que una sustancia cumpla dos de esos once criterios, se la considera adictiva). Pero es una adicción parecida al tabaco y a la nicotina, más que a la heroína o cualquier opiáceo.

Si aplicamos este estudio al caso de mi padre, mencionado antes, podemos ver que se cumple totalmente. Esta afirmación nos da qué pensar y abre un tema nuevo: si se debería extremar la regulación del uso de sal y azúcar en el mercado español o europeo.

Pero no solamente el sobreuso de sal o azúcar nos quita una gran cantidad de decisión: dependiendo de la renta que tengamos, seremos más propensos a padecer obesidad o no. Según el Informe Aladino de 2019, la obesidad afecta al 23,2% de las familias españolas con una renta inferior a 18.000€.  1,4€ de más por persona y día si se opta por alimentos frescos. En el caso de una familia con cuatro miembros, el precio de la cesta se incrementaría 168 euros cada mes.

Además, la Organización de Consumidores señaló que los productos frescos son los que más se han encarecido durante la pandemia, hasta un 4%, mientras que la alimentación envasada de marca blanca es la única que ha bajado de precio: un 0,3%. Este dato nos hace asumir que es más barato consumir una dieta menos sana que una sana y que la renta es una variable fundamental para las familias de clases económicas baja o media-baja.

Hay muchos factores más a favor de la carencia de libertad de elección a la hora de comer, que factores que nos hagan elegir razonadamente según nuestras necesidades. 

Para solucionar el problema de la falta de libertad en la elección de comida, desde mi más sincero punto de vista, el gobierno debería implementar dos acciones. La primera se supone que está hecha, es la prohibición de publicidad para personas menores de 15 años de productos poco sanos. La segunda es el ser más restrictivo con los productos que se ponen en el mercado y exigir que cumplan las especificaciones de la OMS: que no tenga mucho exceso de sal, azúcares refinados o grasas saturadas.

Esto no quiere decir que se vaya a prohibir el Bollicao, ni mucho menos. Pero sí se le avisa al pueblo de que no es muy sano y no se obtiene resultados,que se ponga por ejemplo una cantidad máxima de sal y azúcar por cada producto, bollería industrial, snacks, etc.

O sea, que nos traten como un rebaño de ovejas y santas pascuas.

Ahora, sigamos con el segundo tema a tratar, la alimentación sostenible.

Primeramente, la alimentación sostenible se tomará como aquella dieta que utiliza alimentos cuya producción ha sido lo menos nociva para el medio ambiente posible, respetando la biodiversidad y garantizando un mundo verde para las generaciones presentes y las venideras, así mismo como la sostenibilidad económica. Por lo tanto, una alimentación sostenible debe de ser respetuosa con el medio ambiente, con la economía del entorno y justa.

Podemos decir que esta alimentación somos libres de mantenerla en Europa, pero no en todo el mundo. Según un artículo del portal web The Food Tech, no todo el mundo puede permitirse una alimentación sostenible ya que cuesta más de 1,9 dólares al día, que es el umbral de la pobreza según la ONU. Este artículo comenta también que una dieta sostenible es un 60% más cara que las dietas que sólo satisfacen las necesidades de nutrientes esenciales, y casi cinco veces más que las dietas que sólo satisfacen las necesidades de energía mediante alimentos ricos en almidón o sucedáneos. 

Estos datos nos llevan a pensar que un factor como es el económico, en la Unión Europea, no nos influye tanto en nuestra elección de productos saludables. Sin embargo, en países en condiciones de extrema pobreza un gran porcentaje de la población no son libres de escoger la alimentación sostenible porque no está entre sus opciones de elección.

Es cierto que el factor económico es uno de los factores más relevantes a la hora de elegir la alimentación, pero hay que tener en cuenta que para tener productos sostenibles en nuestros supermercados hay que considerarlos sostenibles si no dañan el medio ambiente, usan tecnología innovadora y limpia, o crean empleo ecológico con condiciones laborales adecuadas. Estas condiciones por lo contrario no se dan en todos los lugares del globo, a nuestro pesar.

Por todo esto concluimos que, en general, las personas son libres de escoger si llevar a cabo una alimentación saludable o no en países desarrollados o en vías de desarrollo. Pero cabe comentar que en los países subdesarrollados, la gente no es libre de escoger la dieta sostenible debido al factor económico y la falta de recursos para que se de la sostenibilidad.

Sobre el autor

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Soy un chaval mundano en un mundo egoísta y apagado, pero dispuesto a cambiarlo. Sobre todo, a cambiarme a mí mismo, para mejorar cada momento de mi vida.
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