Miyer Lagarda
Era jueves cuando planeábamos junto a mis estudiantes la conmemoración del día del agua que llevaríamos a cabo en nuestra institución. Un estudiante interviene y dice “agua es lo que tenemos por estos días, en nuestra vereda no para de llover, los ríos están desbordados, los cultivos están muy afectados y probablemente las cosechas se echarán a perder” … ¿es necesario conmemorar esta fecha? Su comentario y su pregunta que viene desde lo más genuino, me demuestra lo desconectados que podemos llegar a estar como humanos de los fenómenos que hoy en día son comunes en todo nuestro planeta. Probablemente porque los desconocemos o porque no hemos sido capaces de comprender y dimensionar la magnitud del problema, identificar las causas, y mucho menos asumir un rol para hacerle frente a esta emergencia climática.
Evidentemente, pensar en nuestros roles y responsabilidades es una tarea urgente y mucho más cuando incidimos en procesos tan importantes como la enseñanza y el aprendizaje. Pero realmente ¿qué responsabilidades tenemos como docentes en la emergencia climática?
Asumir una postura y dar una respuesta a esta pregunta, después de elegir ser docente, y tener la oportunidad de vivir esta experiencia podría llegar a ser una tarea sencilla. Sin embargo, cuando surgen en la práctica situaciones como la descrita anteriormente, vale la pena detenerse y analizar a profundidad no solo las responsabilidades sino lo que verdaderamente suma al momento de hacerle frente a esta realidad.
Desde que hacemos parte de esta sociedad, la educación se convierte en un derecho fundamental pues permite el libre desarrollo de la personalidad, la adaptación a un medio que es cambiante, y a una sociedad que requiere generaciones que comprendan y afronten los diferentes problemas que tenemos en la actualidad. Indudablemente es la educación, la herramienta más importante para generar cambios y transformar sociedades, es el mejor mecanismo para transversalizar y apropiar diferentes temáticas a nuestros currículos y sin duda la esencia para formar ciudadanos críticos, participativos, y conscientes. Sin embargo, la educación per se, requiere actores comprometidos durante todo el proceso.
Ahora bien, el tema ambiental aparece en nuestra cotidianidad como si fuese un déjà vu, pareciese que lo único que transformamos son las palabras para referirnos al problema: calentamiento global, cambio climático, crisis climática, emergencia climática. Las noticias cada vez son más desalentadoras, los datos nos conducen hacía un panorama terrorífico, y los retos y desafíos requieren afrontarse con premura. Pese a tener un sin número de conferencias, eventos, protocolos, acuerdos, y compromisos, lograr los objetivos ahí expuestos se ha convertido en una tarea titánica.
Hoy, puede llegar a ser común que en nuestra sociedad muchos desconozcan los fenómenos naturales que ocurren o que sean capaces de relacionarlos con esos temas o conceptos ambientales que han tomado trascendencia en los últimos años. Si bien las causas pueden ser muchas, la gran mayoría podrían estar relacionadas a como estamos llevando a cabo esa educación ambiental a la sociedad y particularmente a nuestros estudiantes en nuestras aulas de clases y también en como logramos que interioricen y se apropien no solo de esos conceptos ambientales, sino que sean capaces de proponer soluciones, identificar y afrontar con inmediatez las diferentes problemáticas ambientales partiendo desde lo local.
Así entonces y a título personal son: la implementación de prácticas amigables con el medio ambiente en las instituciones, la formulación y ejecución de proyectos ambientales escolares, el incentivar la investigación desde el aula, fomentar la experimentación, generar alianzas con diferentes actores, formar grupos ambientales permitiendo la participación, el dialogo y la escucha activa, las estrategias más viables y eficaces para lograr esa conciencia que desde la década de los 70 estamos buscando cuando nació por primera vez la educación ambiental.
Sin duda, no es lo mismo realizar una presentación, dar una clase magistral sobre residuos sólidos, o sobre la implementación del código de colores, a realizar una investigación sobre el manejo, la ruta de los mismos en nuestra institución, e implementar estrategias que permitan la disposición adecuada y lograr disminuir cada vez el uso de este material contaminante.
De igual manera, no genera el mismo impacto hablar sobre el suelo y cómo recuperar su estructura, a generar un proceso que permita conectar con él. A producir por ejemplo abono orgánico a partir de aquellos residuos “verdes” que generamos a diario, reconociendo las variables y parámetros para garantizar un proceso optimo hasta evidenciar que efectivamente es posible producir de forma limpia, sustentable y amigable con el medio ambiente.
Aun así, como todo proceso de enseñanza y aprendizaje, este debe ser constante, debe adaptarse a los cambios, a cada contexto y a las necesidades. Si bien en mi labor docente muchas prácticas han sido efectivas y han permitido generar un conocimiento más amplio en mis estudiantes sobre las diferentes temáticas ambientales y los fenómenos climáticos que nos tienen en emergencia. El repensar la práctica, reestructurar el currículo, buscar e implementar nuevas estrategias es también parte de la responsabilidad social en el camino de educar para la emergencia.
Tal como lo plantea Sterling, es necesario cambiar por tanto de un aprendizaje transmisivo a uno transformador, que permita asimilar con mayor facilidad los contenidos o temáticas de la actualidad, que fomente y se enfoque en inculcar valores para lograr estar en armonía con nuestro medio ambiente, que sea significativo gracias a la experiencia que se genera en el aula y en cada una de las prácticas y finalmente que permita reflexionar.
Nuestras responsabilidades como docentes no solo se enfocan en hablar sobre medio ambiente y dar a conocer los temas de la actualidad, sino más bien en responder a la emergencia y enfrentar el desafío, esto implica desarrollar nuestra capacidad humana y social para lograr conectar las problemáticas actuales con la vida cotidiana de nuestros estudiantes, partiendo de un conocimiento detallado y asimilando las implicaciones que tiene el llegar a este punto de no retorno, asumiendo desde ya hábitos para mitigar la emergencia y siendo siempre propositivos y receptivos.
En ese orden de ideas, nuestro papel es crucial en esta emergencia, las responsabilidades son muchas, al igual que los desafíos, pero somos nosotros quienes tenemos en nuestras manos la herramienta más valiosa para transformar esta sociedad, y transitar hacia una más responsable y consciente.
Aquel día cuando uno de mis estudiantes dejo escuchar su opinión, me demostró que cualquier aporte por mínimo que parezca genera un cambio, que por pequeño que parezca, moviliza y lo más importante siempre nos lleva a la dirección correcta.
Su comentario me demostraría que es necesario ahondar más en ciertos temas, que no hay claridad en lo que vemos a diario y que se dificulta relacionarlo con lo que sucede en nuestro alrededor. Sin embargo, ese comentario generó un espacio para debatir ideas, para llegar a una respuesta en grupo, para planificar mejor una conmemoración y para llevar el mensaje a toda la comunidad.
Hoy no solo mi estudiante entiende porque es importante hablar sobre el agua, sino que es capaz de reconocer como nuestros actos influyen en los cambios atípicos del clima en nuestra región. Hoy el asume su responsabilidad y desde ya aporta para evitar que estas situaciones en un futuro empeoren, y lo más importante hoy es el, otra persona más que aporta desde la educación para frenar la emergencia.