Inés Rolland Porto
Los productos sostenibles o ecológicos son aquellos alimentos que generan un impacto medioambiental reducido o casi nulo, y que contribuyen a la seguridad alimentaria y nutricional. Nos permiten llevar una vida saludable a las generaciones actuales y futuras, pero su precio desorbitado es una barrera clara para su compra ya que no todo el mundo se lo puede permitir.
Qué podemos hacer como sociedad para cambiar esto y cómo debemos actuar para vivir acorde a nuestros principios y creencias
Hoy en día la sociedad está mucho más sensibilizada que hace años con términos como “gases de efecto invernadero”, “biodegradable” o “energías renovables”, marcadas a fuego en nuestros diccionarios. Este gran avance hace que nos encaminemos a un estilo de vida mucho más limpio y verde.
El problema es que, como en todo, algunas dificultades hacen que este cambio vaya mucho más lento de lo que nos gustaría. En mi caso tengo la gran suerte de vivir en una familia de clase media, y digo gran suerte porque nunca me ha faltado de nada: siempre hay comida en la mesa, una casa en la que dormir y una educación excelente. Es justo mi familia quien me ha proporcionado los conocimientos suficientes para empezar a entender el mundo que me rodea y a ser consciente de los problemas que hoy en día nos preocupan.
Buscando un cambio significativo en mi manera de pensar y vivir me uní a un voluntariado social en mi centro educativo. Este me abrió los ojos enseñándome miles de pequeños actos que podría hacer en mi día a día para poner mi granito de arena salvando el planeta: las tres erres, concienciar a mi familia y amigos… Actos que a una persona le llevan diez segundos pero que al planeta le pueden salvar veinte años.
Empecé por informarme y educarme en temas medioambientales, busqué tiendas ecológicas cerca de mí e incluso investigué sobre alimentación sostenible. Y ahí está el quid de la cuestión. Ese mismo día me ofrecí para hacer la compra con la idea en mente de llevarme a casa solo productos ecológicos y sostenibles. Nada fuera de lo normal: legumbres, frutas, verduras, galletas, cereales para el desayuno… El problema vino a la hora de pagar.
Querer y no poder
Es impactante ver que llenar la cesta de la compra con alimentos que contribuyen al cuidado de nuestro planeta es casi tres veces más caro que llenarla con productos importados de otros países o que simplemente no cumplían la normativa estipulada para ser considerados ecológicos. De hecho, según un estudio de la OCU, estos alimentos son, de media, un 216% más caros que sus equivalentes de marca blanca.
Me di cuenta entonces de por qué mucha gente que está realmente concienciada no puede asumir ese coste inasequible. Ahora mismo, en España, una familia de clase media no podría aguantar un mes entero comprando este tipo de alimentos. Según la ONU, el 62% de los españoles creen que el consumo de alimentos sostenibles es una herramienta muy potente para conseguir cambiar el mundo. Sin embargo, solo un 35% de los ciudadanos de este país consumen ecológicamente, según el Informe Anual de la Producción Ecológica en España de Ecovalia.
¿Por qué no están nuestras despensas llenas de productos sostenibles?
Como adolescente me gustaría recibir una respuesta clara y concisa por parte de los gobiernos, pero teniendo claro que es por temas económicos, estoy segura de que es algo de lo que las empresas no están dispuestas a hablar. Por ejemplo, todos nos acordamos del fraude de Volkswagen, que prefirió mentir al mundo sobre sus emisiones de CO2 que implantar medidas al respecto para no reducir beneficios.
En este sentido, es mucho más barato el uso de fertilizantes químicos que orgánicos, a pesar de que sean contaminantes para el entorno, cultivos y personas: en algún momento terminarán en nuestro plato. Según un estudio de la FAO, el 50% de la población mundial aún depende de estos fertilizantes debido a que no se impulsa lo suficiente la compra de los orgánicos.
Ahora estamos acostumbrados a unos precios baratos que se consiguen mantener gracias a la utilización de recursos que contaminan de forma evidente, pero mejoran el bolsillo de las empresas. Si incluyéramos en esos precios el coste medioambiental, lo “barato” cambiaría: serían mucho más caros que los ecológicos. Esto se podría hacer implantando medidas e impuestos a las empresas y productos contaminantes.
La industria alimentaria es mucho más contaminante de lo que nos podemos imaginar
Según un estudio de la Universidad de Oxford, la producción de alimentos es la responsable del 25% de los gases de efecto invernadero emitidos por intervención del ser humano. Por su parte, la industria cárnica es una de las mayores productoras de gases de metano del mundo. Y el transporte de fruta y verdura entre países por el cambio de estación o el consumo de productos fuera de su temporada aumenta notablemente los recursos utilizados.
Todo esto provoca más y más contaminación que podríamos evitar. En el último de los ejemplos, consumiendo por temporada o comprando en tiendas con certificado de cercanía. De esta manera, no solo ayudaríamos a reducir las emisiones de CO2, sino que también fomentamos la compra de productos locales impulsando la economía de nuestra zona.
Estos datos nos llevan a una visión muy catastrofista del problema, pero no creo que eso sea malo. Concienciar a la población es una clave importante para llamar a la acción. Como parte de la generación Z, tengo la impresión de que estamos bastante concienciados.
Según un estudio realizado por la consultoría de investigación de tendencias Trendsity, un 76% de mi generación ve el medio ambiente como una de las mayores preocupaciones a nivel mundial, unos por iniciativa propia y otros por estar escuchando a los primeros hablar de ello siempre que se tiene una oportunidad.
En realidad, lo que estamos intentando es concienciar al resto de generaciones, liderando el diálogo intergeneracional, desde los más pequeños que aún están empezando a entender como hay que cuidar el planeta hasta la gente mayor que piensa que a su edad ya no se puede cambiar nada, ni a ellos mismos. Eso no es cierto y esa mentalidad hay que hacerla desaparecer.
¿Cómo cambiamos la perspectiva de tantas generaciones tan distintas?
No creo que sea tarea fácil pero tampoco hay que tirar la toalla tan rápido.
En mi opinión, la educación debe ser el punto clave: desde enseñar a reciclar, hasta fomentar una compra responsable. Los centros educativos pueden dar ejemplo a una sociedad anclada a la moda de usar y tirar, para que las nuevas mentes se llenen con conocimiento sobre la alimentación sostenible y sean las que estén al frente de las protestas para que los gobiernos cambien las regulaciones.
En cuanto a las personas que tienen ahora el control, creo que deben empezar por cambiar las cosas a su alrededor. Buscar tiendas de productos cercanos, investigar sobre la implicación de los partidos políticos en temas medioambientales, reducir su consumo de productos importados si fuera posible, etc.
Si todos pusiéramos de nuestra parte, ahora mismo ya estarían implantadas medidas por parte de los gobiernos para reducir el precio de los alimentos sostenibles, haciéndolos asequibles a la mayor parte de la sociedad.
Consiguiendo esto daríamos un paso enorme a favor del medioambiente y podríamos decir que el cambio está cerca.