Marta Martín Delgado
Dickens solía empezar sus novelas con la figura de algún niño desfavorecido que vive bebiendo el agua de ríos sucios, sin acceso a hospitales, respirando gases de fábricas… Siento decirte que estas situaciones traspasan el papel: ocurren en la vida real, donde las diferencias entre nuestro poder adquisitivo son más que evidentes y los efectos de la contaminación castigan duramente a los más marginados.

Existe una amplia gama de riesgos para la salud sensibles al clima, desde pequeñas lesiones a muertes por eventos extremos, pasando por enfermedades infecciosas (incluidas las enfermedades transmitidas por alimentos, agua y vectores), inseguridad alimentaria y del agua, incendios forestales, enfermedades respiratorias, etc.
Pero uno de los motivos de mayor preocupación son los impactos en la salud asociados con la pérdida de medios de subsistencia, conflictos por los recursos y la migración. Las interacciones entre el cambio climático y los factores demográficos, socioeconómicos y de diversos tipos determinarán la carga futura de resultados de salud sensibles al clima. Destaca, en este sentido, el impacto de la desigualdad.
Los riesgos para la salud del cambio climático están distribuidos de manera desigual. Existen poblaciones y regiones vulnerables de manera diferencial, afectando a ciertos grupos de población que, debido a su mayor sensibilidad, exposición o menor capacidad para tomar medidas de protección, sufrirán una parte desproporcionada de los impactos.
Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, informe sobre la gestión de los riesgos de eventos extremos y desastres para avanzar en la adaptación al cambio climático
Y es esta conexión la que perjudica nuestro bienestar y, en muchos casos, acorta la esperanza de vida. A través del análisis de Preston (1975), podemos concluir que hay una correlación positiva entre la esperanza de vida y el PIB por habitante. Es decir, a mayor renta de los ciudadanos de un territorio, mayor esperanza de vida.

Los primeros grandes problemas de la salud pública aparecieron en la primera industrialización.
Para el caso de los países desarrollados, siguiendo este análisis, los factores determinantes de la esperanza de vida son ambientales, de estilos de vida, sanitarios y de salud. En el caso de los países en vías de desarrollo, atendiendo a los estudios disponibles, destacan cuatro factores determinantes de la esperanza de vida: la economía, la tasa de alfabetización, el estado alimenticio y el régimen político. Estas diferencias no son un problema que acabe de surgir, sino que es una cuestión que venimos arrastrando desde hace siglos, a la que aún no hemos puesto solución.
La creación de zonas de contaminación derivada de la industrialización, sobre todo en las grandes concentraciones urbanas, concentra gases tóxicos, aguas contaminadas, paisajes cubiertos por el humo, cúmulos de desechos y otros métodos de contaminación que fueron surgiendo y siguen apareciendo hasta nuestros días. Los primeros problemas sanitarios brotaron de forma rápida y sin control (la Peste, el Paludismo… ), así como las enfermedades transmitidas por animales o por condiciones insalubres.
Es muy importante tener claro que en aquella época el mundo se dividía en dos grandes grupos: los que tenían el capital para vivir en las mejores condiciones posibles, cuya esperanza de vida era mayor, y aquellos que compartían minúsculos alojamientos que eran focos de transmisión de múltiples enfermedades por excelencia, y que vivan mucho menos tiempo.

Es importante que hagamos una división entre los problemas que, aunque nos afectan a todos, no nos afectan por igual; y los problemas que afectan a las poblaciones más desfavorecidas.
Empezando por aquellas que afectan a los más desamparados, ya en el siglo XIX el lugar donde vivías determinaba tu salud, o al menos los riesgos a los que estabas expuesto. Pero esta situación no ha cambiado y así lo constata un estudio internacional publicado en la revista científica Environmental Pollution. Este último estudio tan solo avanza lo que ya anunció la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el conjunto del planeta: las zonas más desfavorecidas tienen peor calidad del aire, o lo que sería lo mismo, la contaminación se ceba en aquellas zonas más desamparadas. Este estudio muestra que los niveles de dióxido de nitrógeno en las áreas socioeconómicamente desfavorecidas de las metrópolis europeas son mayores. Esto se refleja en los niveles más altos de densidad de población, la población nacida fuera de la Unión Europea, la delincuencia y las tasas de desempleo.
Por otro lado tenemos todos los problemas que aunque nos afectan a todos, lo hacen de manera desigual. Un hecho que ha cobrado mucha visibilidad estos últimos años es la escasez del agua potable. Todos tenemos clara la importancia del agua porque es indispensable para la vida: lo es para producir los alimentos que comemos, para garantizarnos una higiene básica y para nuestro propio consumo directo.
Alrededor de 2.200 millones de personas en todo el mundo no cuentan con servicios de agua potable gestionados de manera segura, datos que suponen el sufrimiento de muchísimas familias, sobre todo, en las regiones más deprimidas del mundo.
UNICEF y Organización Mundial de la Salud

Para que puedas hacerte una idea, un 65% del total del territorio africano sufre de escasez de recursos hídricos, ya sea total o parcial. Un hecho tan cotidiano para nosotros como es beber agua, se convierte en un lujo para millones de personas en muchos países de África, Asia y América Latina, donde el agua de calidad es un recurso escaso. Además, según citan diversos estudios, los problemas generados por esta carencia amenazan con agravarse en un futuro. El aceleramiento del derretimiento de los polos debido al cambio climático, puede llegar al aumento del nivel del mar hasta el punto de contaminar con agua no potable multitud de fuentes costeras de agua dulce.
Todo esto, unido al gran aumento de población que se espera para las próximas décadas (muy especialmente en los países en vías de desarrollo), hace prever un incremento considerable de la demanda mundial de agua dulce, hasta el punto de que dos tercios del planeta pueden acabar sufriendo problemas de desabastecimiento de recursos hídricos. Dos de cada tres personas no tendrán acceso a la necesidad básica por excelencia, ¿no necesitamos de verdad una reacción inmediata?
¿Importa nuestra clase social o es un problema que nos afecta a todos de igual forma?
Ojalá fuera así, pero a pesar de que todos vivimos estas catástrofes, los daños y efectos de estas están claramente diferenciados por países y clases sociales, aspecto que agrava aún más esta situación.
Esto puede verse claro con el ejemplo con los huracanes. Aunque no hay un consenso científico sobre un aumento en el número de huracanes debido al cambio climático, sí que hay una relación entre el calentamiento global y la intensidad y comportamiento de los huracanes. La comunidad científica afirma que los huracanes no existen por el cambio climático, pero este sí que explica los cambios en sus patrones.
Una vez comprendido esto analizaremos el huracán Katrina, que barrió la ciudad de Nueva Orleans el año 2005. Tuvo unas consecuencias devastadoras, dejó miles de desaparecidos, más de dos mil muertos, y un millón de personas desplazadas. Pero con una gran diferencia, ya que según el sociólogo P. Sharkey , el 68% de las personas fallecidas y el 84% de las desaparecidas eran de origen afroamericano, simplemente por el hecho de que en las zonas propensas a ser inundadas, donde el valor de la tierra es menor, viven las personas de menos recursos (generalmente afroamericanos en esta zona), mientras que los que habitan en las partes más altas de la zona son los más adinerados.

Por otra parte, desde hace un lustro ha habido una disminución en el ritmo de lluvias, por lo que no es de extrañar que la Organización Meteorológica Mundial confirmara que desde que comenzaron los registros en 1880, 2017 fue uno de los años más calurosos junto a 2016 y 2015. Si bien este es un problema mundial, las herramientas disponibles para afrontar este problema varían mucho según el poder adquisitivo y el país.
Ante esta situación, en lugares como la Amazonia o los situados a una gran altura en Latinoamérica, muchas familias indígenas sufrieron una gran reducción en el acceso al agua. Esto resultó en malas cosechas, restricción en el consumo humano y una parálisis en algunas actividades económicas que eran en gran parte el sustento anual. Sin embargo, si fijamos la vista en países del primer mundo, aunque sufrieron un aumento en el precio del agua, su calidad de vida no fue afectada en mayor grado.
En estos y en todos los casos, la inestabilidad y el padecimiento se concentran entre los más pobres, la clase baja: al fin y al cabo, a los que más les cuesta recuperarse. Por lo tanto, podemos decir que los efectos del cambio climático dañan más a los que más les duele.
Centrándonos en la salud, durante las últimas décadas la comunidad científica ha estado comparando los estudios de Marmot & Wilkinson, de 2009, 2006 y 1996 en la Comisión sobre Determinantes Sociales de la Salud. Así, ha expuesto el enorme impacto que determinantes sociales como la renta, el lugar de residencia o el desempleo tienen sobre la salud, dando lugar a desigualdades muy diversas.
Estos estudios demuestran que la salud difiere mucho y sistemáticamente entre los distintos grupos sociales. Por ejemplo, las personas con niveles socioeconómicos más altos en comparación con otros con un nivel socioeconómico más bajo no solo tienen una mayor expectativa de vida, sino que tienen una mejor salud autopercibida, más años libres de discapacidad y menos enfermedades crónicas.
En lo referente a las víctimas de la contaminación, la Organización Mundial de la Salud (OMS) informa que en 2012 unas 7 millones de personas murieron, una de cada ocho del total de muertes en el mundo, como consecuencia de la exposición a la contaminación atmosférica. Si nos fijamos en las distintas regiones, los países de ingresos bajos y medianos en las Regiones de Asia Sudoriental y del Pacífico Occidental soportaron la mayor carga relacionada con la contaminación en 2012, con un total de 3,3 millones de muertes vinculadas con la contaminación del aire y 2,6 millones de muertes relacionadas con la contaminación atmosférica. Tomando como ejemplo las Américas, se estima que hubo cerca de 131 mil muertes vinculadas a los efectos de la contaminación ambiental y en interiores en países de bajos ingresos, mientras que por esa causa en los países con altos ingresos de la región murieron unas 96 mil personas.
Las mujeres y los niños pobres pagan un alto precio por la contaminación del aire de interiores puesto que pasan más tiempo en sus casa respirando los humos y el hollín de las cocinas de carbón y leña con fugas
Flavia Bustreo, Subdirectora General de la OMS para la Salud de la Familia, la Mujer y el Niño.
Para que tengas más clara la relación entre el deterioro de la salud por causas medioambientales y la renta, te ayudaré hablando un poco del asma.
El asma es la enfermedad respiratoria prevalente en el mundo, con 230 millones de personas afectadas según la Organización Mundial de la Salud (OMS), y está aumentando de forma imparable desde hace 40 años en las sociedades desarrolladas, debido al cambio climático y la presencia cada vez mayor de partículas diesel y otros contaminantes en el ambiente como revela un reciente estudio publicado en Science of The Total Environment.
Ahora ponte en la siguiente situación: dos niños padecen asma, mientras que uno proviene de una familia de gran nivel socioeconómico, el otro desciende de una familia muy desfavorecida. Por supuesto la primera gran diferencia sería el acceso a la sanidad, en una gran cantidad de países, como por ejemplo los Estados Unidos, el acceso a la salud es mayoritariamente privado, lo que dificulta e incluso imposibilita recibir tratamiento a aquellas personas más necesitadas, y aunque ambos niños tuviesen acceso a un hospital el primero sería muy probablemente tratado con mayor rapidez y dispondría de un abanico más amplio de opciones, mientras que el segundo esperaría más colas o tendría menos alternativas.
Una vez expuesta esta diferencia tendríamos que hablar del tratamiento, el niño más favorecido tendría acceso a mejores filtros del aire, todos los medicamentos requeridos e incluso puede que sus padres decidiesen mudarse a un lugar menos contaminado. Sin embargo, el niño con menos bienes no tendría estas posibilidades e incluso podría no tener acceso a un simple inhalador, instrumento que se vuelve esencial en personas con esta enfermedad.

Que un problema afecte a la salud de todos es ya digno de concienciación, pero que además intensifique otros como la desigualdad, lo convierte en inaceptable.
Es importante recordar que lo único que siempre tendrás es el lugar donde tienes ahora los pies, el mundo. Es el único que tenemos porque no tenemos planeta B. Si lo destruimos estamos perjudicando nuestra salud directamente. Pero por desgracia, aunque todos compartamos este planeta, no lo hacemos de igual manera.
Imagina una piscina, y dentro de ella personas con distintas alturas (unas más altas, otras más bajas…). Se abre un grifo y esta piscina comienza a llenarse poco a poco, hasta que llega un punto en el que las personas más bajitas, que representa a las personas más desfavorecidas, comienzan a ahogarse; mientras que los otros, con la suficiente altura para respirar, los que viven mejor, en vez de cerrar el grifo solo ven cómo se llena la piscina sin hacer nada. Vivir tu vida sin fijarte en la huella que dejas, lo que tiras y lo que contaminas, es lo mismo que no cerrar el grifo.
El contaminar no solo te perjudica a ti, sino que afecta a todos los que comparten el mundo contigo y a los que lo harán en un futuro. Y en este punto de la lectura llegamos al mayor interrogante: las diferencias sociales son una realidad contra la que llevamos años luchando. Llevamos mucho tiempo buscando una igualdad social, donde todo el mundo tenga acceso a las mismas oportunidades y viva bajo las mismas condiciones, y puede parecer que esto no es suficiente. Tú solo no puedes conseguir esta igualdad y hay muchas cosas que nosotros como individuos no podemos lograr, no podemos eliminar el desempleo u ofrecer ayuda sanitaria a todo el mundo… son hechos. Pero esto no debe desmoralizarnos, podemos aportar nuestro granito de arena, todos tenemos voz y somos capaces de cambiar las cosas.
El 1% más rico de la población mundial es responsable de más del doble de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) comparados con el 50% más pobre, es decir 3.100 millones de personas. Así lo detalla el informe “Combatir la desigualdad de las emisiones de carbono», publicado por Oxfam-Intermón, el que abarca el impacto de las desigualdades sociales en las emisiones de carbono. Esto no solo se aplica al 1% más rico, sino que las clases más favorecidas contaminan mucho más que aquellas que lo son menos, por eso es importante que nos concienciemos y disminuyamos nuestra contaminación.
Puede ser con gestos simples como reciclar, disminuir el consumo de agua, apostar por energías renovables, etc. Yo recomiendo comenzar a vivir la reducción del impacto medioambiental como una forma de vida teniendo como meta reducir la cantidad de útiles que tiramos a la basura, en lugar de reutilizarlos. Solo los humanos creamos productos que, una vez utilizados, se tiran por ser inservibles. Podemos copiar a la naturaleza y aprender a aprovechar nuestros recursos día a día.
El mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero siempre será demasiado pequeño para la avaricia de algunos.
Mahatma Gandhi