Paz Gámiz
Hace unos años conocí un caso de un niño cuyo comportamiento no era adecuado, tanto en la escuela como en casa. Durante la semana el colegio se comprometía con mejorar su comportamiento y actitud, conforme pasaban los días el niño mejoraba, pero durante el fin de semana empeoraba de nuevo. Sus padres no colaboraban en la educación y no seguían las recomendaciones dadas por la orientadora del centro, por lo que cada lunes siempre era una vuelta a empezar.
Educar, viene del latín “educare”, y significa guiar o conducir a una persona, por tanto, a través de la educación podemos guiar a los jóvenes, siendo ésta una tarea compartida entre padres y docentes.
Lo mismo pasa con la educación y la sostenibilidad: se puede educar en ello para guiarnos a todos a un mundo mejor.
La sostenibilidad es un tema por el que se encuentra en boca de todos, pero ¿realmente sabemos qué es? Es un desarrollo que asegura las necesidades del presente sin comprometer necesidades como el buen trato físico o protección de riesgos psicológicos de futuras generaciones. ¿Qué necesidades? Una necesidad es un hecho o circunstancia en el que alguien o algo es imprescindible.
Para los jóvenes, una necesidad sería tener un buen trato físico, protección de riesgos psicológicos, autonomía… ¿Sería todo esto posible sin la sostenibilidad? No. Lo ponen en riesgo problemas que deberíamos conocer; como la desigualdad social, la pobreza, la superpoblación, la destrucción de hábitats, la alteración de paisajes naturales, la extinción de especies, el calentamiento global, la destrucción de la capa de ozono…
La educación para la sostenibilidad refleja la preocupación por una educación de elevada calidad que ayuda a las personas a entender lo que pasa, a sentirse parte de la sociedad en la que vivimos y a conocer cómo pueden participar en los procesos de desarrollo.
La educación representa la base del desarrollo sostenible de una nación.
En España hay 542 centros escolares que forman parte de la red internacional de eco-escuelas, con casi 13.000 docentes y más de 155.000 estudiantes, aunque esta cifra resulta insignificante si lo comparamos con los 28.816 centros educativos totales. Esto apunta a que, aunque se ve un claro avance para que el desarrollo sostenible pueda alcanzarse, sigue siendo necesario un cambio drástico para conseguirlo.
Consultando a uno de estos centros sostenibles, nos han contado sus medidas para frenar el cambio climático: placas solares, contenedores para poder reciclar, jardines los cuales son cuidados por niños pequeños, huertos, zonas ajardinadas por todo el patio, grifos de cierre automático para evitar el exceso del consumo de agua…

La educación y la sostenibilidad en el siglo XXI tienen que ir de la mano.
Es una tarea ardua, difícil, compleja… pero no imposible.
Nuestra generación nació preguntándose cómo generar un impacto positivo en el planeta, ¡es hora de buscar soluciones! Nosotros, los jóvenes podemos participar en el desarrollo sostenible y frenar esta emergencia climática.
¿Cómo podemos contribuir? Reduciendo el número de residuos generados, poniendo en marcha las tres R e iniciativas ecológicas, manteniéndonos informados sobre las novedades para el beneficio del desarrollo sostenible y sumándonos a grupos o movimientos ecológicos como el eco-feminismo.
A veces no es suficiente con estás soluciones y es necesario sacrificarse un poco. Algunas veces necesitamos un empujoncito para tomar decisiones, un poco de inspiración que nos ayude a actuar y ver las cosas con mayor claridad para comprender mejor nuestro compromiso con la naturaleza y el medio ambiente.