Carla Rodríguez
El cambio climático y sus consecuencias es uno de los grandes desafíos a los que la humanidad se está enfrentando en la actualidad y los patrones de consumo tienen un papel muy importante en este sentido.
No existe duda al respecto, son muchos los científicos y organizaciones de ciencia climática a nivel mundial los que afirman que nos encontramos ante una crisis climática, y atribuyen la tendencia del calentamiento global que se observa desde mediados del siglo XX a la extensión humana del ‘efecto invernadero’. Esto es, el calentamiento que se produce cuando la atmósfera atrapa el calor que se irradia desde la Tierra hacia el espacio.
Los seres humanos influyen cada vez más en el clima y la temperatura de la tierra al realizar diferentes actividades como la quema de combustibles fósiles, la tala de bosques o la cría de ganado de forma intensiva. Esto añade enormes cantidades de gases de efecto invernadero a los que se producen de forma natural en la atmósfera, aumentando el efecto invernadero y el calentamiento global.

Es vital, por lo tanto, que nos planteemos como individuos cuál es nuestro papel en todo este proceso.
Son muchas las personas que piensan que con su comportamiento individual no pueden ayudar a frenar el cambio climático porque los responsables de las actividades anteriormente citadas, las que más generan gases de efecto invernadero, son los sectores productivos como la industria y la ganadería. Sin embargo, nosotros como ciudadanos tenemos un papel muy importante en este sentido ya que con nuestras decisiones de compra y consumo podemos, siempre que el contexto lo permita, reducir la demanda de estos productos y/o buscar alternativas medioambientalmente más sostenibles.
El problema, no obstante, es que en ciertas ocasiones esta alternativa conlleva mayores esfuerzos, no sólo económicos porque el precio es mayor, sino también un esfuerzo mayor en el proceso de decisión de compra, es decir, en la búsqueda de información, en el análisis de las alternativas de decisión y en la compra del producto. Es por ello que la motivación, principalmente intrínseca, juega un papel muy importante en este sentido.
Existe una creencia generalizada de que la principal razón de que las personas no se comporten de forma medioambientalmente responsable es porque no tienen suficiente información.
Sin embargo, en la actualidad vivimos en un mundo ‘infoxicado’ y podemos encontrar información sobre cambio climático en una infinidad de fuentes de información variadas, por lo que el problema no es la falta de información. Es cierto que muchas veces esta información no ayuda a conseguir una mayor concienciación medioambiental y que se debería prestar atención a la estrategia comunicativa.
Por ejemplo, ofrecer información catastrófica y centrar el mensaje en la percepción de riesgos de los individuos puede provocar efectos disfuncionales como reducir la credibilidad del mensaje o que algunas personas sufran ‘ecoansiedad’. En cambio, si el mensaje apela a la experiencia pasada u ofrece consejos concretos sobre cómo comportarse de forma proambiental la estrategia comunicativa es más persuasiva e incrementa la intención de los individuos para llevar a cabo comportamientos proambientales.
En cualquier caso, ofrecer información fiable, válida y de calidad como puede ser la que se ofrece a través de los programas educativos, es clave y es la base de la creación de las actitudes y la conciencia medioambiental. El problema es que según la investigación existente el expresar una actitud o conciencia medioambiental no siempre lleva al individuo a comportarse de forma proambiental.
Por lo tanto, si queremos conseguir ciudadanos más comprometidos y activos para luchar contra el cambio climático la mera provisión de información por sí sola parece no ser suficiente en la mayor parte de los casos. Esto es especialmente relevante cuando se requiere una implicación mayor por parte del individuo y un esfuerzo para llevar a cabo el comportamiento.
Este es el caso de la gran parte de comportamientos que se necesitan cambiar en los ciudadanos para luchar contra el cambio climático como son el uso del transporte público, el ahorro de energía en los hogares, comer menos carne o reducir y reutilizar el agua. En muchos de estos casos se debe cambiar un hábito establecido que implica una serie de esfuerzos por parte de la persona (p. ej., confort).
Es por ello que, para poder conseguir un cambio de comportamiento real, es necesario un análisis profundo de las barreras y beneficios percibidos asociados al comportamiento proambiental (p. ej., reducir el uso de agua en el hogar). Las barreras se refieren a los factores externos (p. ej., precio de comprar un dispositivo de reducción de caudal de agua para los grifos) o internos del individuo (p. ej., eficacia percibida del comportamiento individual de ahorro de agua baja) que reduce la probabilidad de llevar a cabo el comportamiento proambiental. En cambio, los beneficios se refieren a los resultados positivos asociados con el comportamiento proambiental (p. ej., sentirte bien contigo mismo por ahorrar agua o reducir la factura del agua).
El objetivo en este caso, debería ser reducir las barreras y aumentar los beneficios percibidos asociados al comportamiento proambiental para que este comportamiento sea más atractivo que el que están llevando a cabo en la actualidad.