Lucía del Castillo
¿A quién no le han dicho alguna vez que está mal tirar papeles al suelo o dejar el grifo abierto más tiempo del necesario? ¿Cuántas personas conocen realmente el origen de esta imposición social? La diferencia entre las respuestas de ambas preguntas es la clave del tema de este artículo.
El verdadero problema que existe con la emergencia climática no es si debemos usar menos plásticos, o talar menos árboles. El problema se encuentra en que ni siquiera somos conscientes de lo que verdaderamente es la emergencia climática, porque no se nos ha enseñado.
Se nos dice lo que debemos o no hacer para evitarla, lo que nos convierte en peones que ni siquiera saben el motivo de sus actos. Esta situación ha provocado la aparición de un gran número de grupos activistas medioambientales que buscan la reducción total de las emisiones y que se tome conciencia del verdadero problema.
Tomar conciencia es realmente necesario antes de pensar en soluciones prácticas, ya que sin un cambio de mentalidad es imposible llevar a cabo ese proyecto social que termine con la emergencia climática. La cuestión no está en si hay que revisar nuestros hábitos de vida o no, sino en si hay que cambiar nuestro modo de concebir el mundo en el que vivimos. Ante esto, la respuesta es sí.
Debemos tratar el planeta como lo que verdaderamente es: nuestro hogar y el de las futuras generaciones. Cualquiera que lea lo anterior podría pensar «eso ya lo sabemos»… pero, ¿un padre pondría en riesgo la vida de su hijo conscientemente? Aquí se encuentra la clave, en que simplemente no somos conscientes.
Y aquí intervenimos los jóvenes, el futuro del planeta, los emprendedores de grandes ideas, los primeros que deberíamos cuidar nuestro hogar. Y la verdad es que no sabríamos ni por dónde empezar.
Por eso, primero debemos explicar qué es la emergencia climática y el estado en el que se encuentra nuestro planeta por la crisis ambiental.
Es necesario saber que la causa principal de la emergencia climática, relativa al calentamiento global y cambio climático, es la emisión de gases de efecto invernadero como consecuencia de actividades como la ganadería y agricultura intensivas, la deforestación y, sobre todo, la combustión de combustibles fósiles.
Esto causa problemas ambientales y humanos. Entre los principales relacionados con el medio ambiente encontramos la pérdida de biodiversidad, el aumento de los de fenómenos meteorológicos extremos, la fusión del hielo terrestre o la desertificación. En cuanto a los relacionados con los humanos, se encuentran las crecientes inundaciones de ciudades y tierras de cultivo, un aumento de migraciones, conflictos internacionales o la pérdida de cosechas y de granjas.
El simple hecho de que sigamos diferenciando las consecuencias entre el medio ambiente y los humanos da a pensar que no hemos entendido el problema, porque identificamos como distinto lo que realmente tiene una relación causa – consecuencia: todo lo que afecta al medio ambiente afecta por consiguiente a las personas. Un ejemplo de ello es que el derretimiento de los polos cause subidas en el nivel del mar y, por tanto, frecuentes inundaciones.

Para frenar el cambio climático tenemos que darnos cuenta de la realidad, y es que tenemos un único lugar donde vivir: la Tierra.
Por tanto, al igual que no rompemos el mobiliario de nuestro hogar, no deberíamos realizar acciones que comprometan el bienestar del planeta. Esta clase de cambios en nuestra mentalidad son los que necesitamos para poder comenzar a terminar con el problema de raíz.
Se trata de valorar lo que tenemos de la manera correcta, sin tratar la Tierra como una fuente de recursos inacabable. De establecer una relación simbiótica entre el humano y el planeta, en la que nosotros nos beneficiemos del espacio y recursos que nos brinda siempre y cuando nos comprometamos a no poner en riesgo la existencia de lo que contiene, ya sea en forma de animales, plantas u otros seres inertes que la habitan.
Es tenerla asumida realmente como nuestro hogar, intentando protegerla de manera instintiva como lo hacemos con nuestra familia o pertenencias. Al igual que al salir de casa echamos la llave, tenemos que poner límites a la explotación de la vegetación. Al igual que no dejamos entrar en nuestras casas a desconocidos, no debemos dejar que otros maltraten el planeta vertiendo residuos o favoreciendo la extinción de especies con su actividad.
La solución que propongo a esto es cambiar la táctica que hemos seguido hasta ahora, no decirle a las personas lo que hay que hacer según sea bueno o malo para el medio ambiente. Esa estrategia no está mal, ni mucho menos, pero como dije previamente nos convierte en una especie de esclavos que piensan que son libres pero se limitan a hacer lo que les ordenan sin cuestionarse nada.
Y es que ahora que el ser humano tiene libertad de cuestionar e informarse acerca de lo que ocurre a su alrededor, pero parece estar menos interesado que nunca. Nos limitamos a recoger y creer lo que nos dicen en cualquier medio sin siquiera conocer el tema del que se habla. Da la sensación que cuanta más libertad tenemos, menos queremos saber del mundo que nos rodea. Hemos perdido la curiosidad y el interés por el lugar en el que vivimos.
Es más fácil vivir mirando una pantalla donde gran parte de lo que aparece es una ficción, en la que los problemas parecen no existir, que realizar cualquier acción que implique un mínimo de esfuerzo.
Y es esta la situación que debemos cambiar. No debemos, tenemos. Hay que aprovechar la oportunidad de tener nuestro propio pensamiento crítico, nuestra opinión, nuestro derecho a informarnos y sobre todo a crear nuevas soluciones. Tenemos que conseguir cambiar la forma de pensar sobre el cambio climático en nuestra sociedad y concebirlo como algo intrínseco al ser humano, no como simplemente un efecto colateral de nuestra actividad en el mundo.
Debemos considerar la crisis climática como algo nuestro: si empeora empeoramos nosotros con ella, si cuidamos el planeta y frenamos el problema podremos mantener nuestra presencia en la Tierra de manera agradable un mayor número de años, sin comprometer el abastecimiento de generaciones futuras.
Hace años quizás no se pudiese hacer una gran labor en este sentido por dos motivos principalmente: la falta de conocimiento sobre lo que muchas de nuestras actividades causaban al planeta y la falta de iniciativas derivada a su vez de la falta de conocimiento. Pero hoy existe conocimiento de la emergencia climática y contamos con medios para cambiarla.
Trasladando la cuestión al terreno práctico, es necesario saber que tenemos los medios. Solo tenemos que darle un uso distinto al que estamos acostumbrados.
En este sentido, las redes sociales son grandes aliadas. Si bien es cierto que suelen usarse para publicitar la actividad contra el cambio climático y el calentamiento global, sería más efectiva una publicidad en la que se llamase a las masas a querer informarse.
Un ejemplo sería lanzando preguntas sobre una temática relacionada para llamar la atención del público y que, al igual que entramos en encuentras para conocer lo que dice nuestro horóscopo, hagamos lo mismo para informarnos sobre la emergencia climática.
Es cierto que no es fácil llamar nuestra atención para leer o estudiar, pero si sabemos cómo respondemos los jóvenes dependiendo del estímulo que tengamos, ¿por qué no usar los formatos que nos llamen más la atención? Como películas o series en las que el tema principal no sea necesariamente el cambio climático en sí, pero sí sea un componente fundamental para inducir a los jóvenes a cambiar esa forma de pensar acerca del problema y tomarlo como algo vocacional.

Si colaborásemos de manera altruista con la causa, sería más cómodo para todos. Y es que, además, somos nosotros los principales beneficiados. A nadie le supone un trabajo extra no contaminar tanto como lo hace y, sin embargo, si son pocos los que lo hacen supone un sobreesfuerzo para ellos. Trasladándolo a la vida cotidiana, si cada uno recoge su plato cuando termina de comer en su casa, el último que se levante de la mesa no tendrá un gran trabajo por delante.
Como conclusión, me mantengo en que la cuestión no está en cambiar o no los hábitos de vida, sino en cambiar la manera de concebir la emergencia climática en sí. Una vez logrado esto, habrá que ajustar las soluciones prácticas a la nueva mentalidad, pudiendo derivar de la misma algunas soluciones iguales o parecidas, y otras muy distintas.
Lo importante será que no veremos la emergencia climática como algo importante pero ajeno a nosotros, y sí como algo intrínseco a nuestra vida: un órgano más de nuestro cuerpo sin el cual no podríamos sobrevivir. Porque a fin de cuentas la Tierra es eso, nuestro hogar, y sin hogar no podríamos vivir.