Emergencia climática

¿Qué papel tiene la ciudadanía en la respuesta a la emergencia climática?

Martina Pellegrini

¡Ojo! Puedes ver el prólogo de Miguel Ángel Sastre pinchando aquí.

Había una vez una jarra de agua fresca y cristalina, en la que todas sus gotas se sentían orgullosas de ser increíblemente transparentes. Un día, una de aquellas gotas decidió que quería cambiar su limpia existencia y probar a ser una gota azul. Las demás trataron de desanimarla, pero ella insistió, y en cuanto la gota tomó color, tiñó a todas a su alrededor. A su vez, estas hicieron lo mismo con sus vecinas y, en un instante, todo el agua en la jarra tenía el color del mar. Algunas gotas trataron de recuperarse, y el tono cambió su intensidad. Otras probaron a ser amarillas, e hicieron que la jarra volviese a brillar. Aunque no recuperasen su transparencia, aprendieron que la voluntad de cada una siempre tenía fuerza para contagiar a las demás.

Día tras día leemos titulares en periódicos y publicaciones en redes sociales sobre preocupantes sucesos climáticos.

Acaban con algunas de nuestras “maravillas mundiales” o afectan a otras partes del planeta. Sequías como la de las cataratas del Iguazú, en Argentina, que hace imposible la reproducción y supervivencia de su fauna. O incendios como el del Amazonas el pasado 2019, que duró casi un mes y no sólo acabó con una parte importante de su flora y fauna, sino que además tuvo un gran impacto en la población humana. Según la Red Amazónica de Información Socioambiental, el incendio dio lugar a alrededor de dos mil hospitalizaciones por problemas respiratorios.

Parece que a día de hoy, para poder crear grandes “imperios” y obtener una riqueza abundante es necesario hacerlo a costa de nuestro planeta. Y es que los humanos somos mentes creativas con grandes expectativas para el futuro, pero solemos ser cegados por el egoísmo y un ansia de poder que, una vez alcanzado, crece como una especie de adicción. Pero, ¿de qué sirve el poder si no hay un sitio donde utilizarlo?

Mantener el planeta.

Nuestro deber como ciudadanos es cuidar nuestro planeta, algo en lo que hasta ahora hemos estado fracasando. Pero si bien somos egoístas para querer adquirir el poder total sobre algo, también lo somos para anteponer nuestra propia vida a cualquier cosa. Y según la OMS (Organización Mundial de la Salud), se estima que 7 millones de muertes se dan cada año debido a la contaminación atmosférica.

La emergencia climática no solo está afectando a la flora y fauna en nuestro planeta, también nos afecta a nosotros y nuestro futuro. La gente parece ignorarlo, es como si tuviésemos que ver el deterioro con nuestros propios ojos y sufrir las consecuencias personalmente para exigir un cambio inmediato: no nos bastan las imágenes, los datos, las investigaciones científicas.

Es como si necesitáramos cruzar la línea, pero esa línea la cruzamos hace ya mucho tiempo. Debemos sufrir para desear un cambio, para tomar acción. Parece que la presión es nuestro único motor, nuestra única motivación para elegir el cambio antes que el arrepentimiento.

El problema es que la emergencia climática es un fenómeno sobre el que no tenemos el poder de decisión para ordenar qué hacer y apartar ese “bache” de nuestro camino. Pero si el poder no se encuentra en nosotros mismos, siempre podrá hallarse en otras personas que puedan dar con una solución viable.

No obstante, en este caso, el problema puede ser frenado, pero los daños causados no pueden ser reparados. Puede resultar incluso absurdo decir que nuestros tres mayores y preciados tesoros son la tierra, el agua y el oxígeno. Son la fuente de vida de los 7.753 miles de millones de personas que habitamos la Tierra. Del 100% total de superficie del mundo, aproximadamente, más del 70% es agua y el otro 30% tierra. La capa de ozono es otra de las claves. Las consecuencias de nuestros actos sobre ellos, ya no tienen vuelta atrás.

Thomas Midgley murió como un héroe y se convirtió en un villano.

Él descubrió unos gases que en su momento fueron uno de los mayores hallazgos del ser humano, los CFC-11. Lo que no sabía es que mientras nosotros nos beneficiamos de su uso, también estábamos destruyendo de forma brutal la capa de ozono.

Según la BBC, el poder destructivo de una tonelada de CFC-11 equivale al de cerca de 5.000 toneladas de CO2.

Este gas se lleva utilizando durante décadas. Las consecuencias de esto han sido tan extremas que actualmente nos encontramos desprotegidos debido a la ausencia de capa de ozono en una parte de la atmósfera: justo sobre la Antártida se abre un agujero creado por el uso de estos gases. ¿Cómo afecta esto al ser humano? Entre otras enfermedades encontramos cáncer de piel, alteración de la visión, afección al sistema inmunológico y, por supuesto, alteración al sistema respiratorio.

Thomas Midgley no era un villano porque no sabía lo que estaba haciendo, pero nosotros sí lo sabemos. Saberlo y no hacer nada, nos convierte en los antagonistas de esta historia. Somos conscientes del daño que estamos haciendo y, aún así, parece darnos igual.

Los villanos somos nosotros, el villano eres tú.

Lo realmente surrealista de toda esta situación es que, aun sabiendo lo dañinos que eran estos gases, tardaron una cantidad preocupante de años en ser prohibidos, hasta el 1 de enero de 1995. Incluso existía gente en contra de la prohibición de los mismos. 

Buscamos vivir bien a costa del planeta del que necesitamos para hacerlo.

Y aquí entramos nosotros, las “jóvenes promesas” del gran futuro que nos depara si comenzamos a actuar ahora. El ejemplo que proyectamos a los demás, como contaba al principio con la fábula de las gotas de agua es clave.

Ahora, nos toca demostrar a nosotros que no pensamos permitir que una gota de agua sucia contamine un mar lleno de posibilidades que nos quedan para sacar el mundo adelante, o mantenerlo en línea.

Hay que poner al ser humano “a dieta” de todas esas cosas que podemos evitar y cambiar por otras más sostenibles. Dar lo que llevamos años arrebatando al planeta, vida, no requiere un gran gasto sino una inversión de tiempo, esperanza y paciencia. 

Estamos preparados para comenzar el cambio, y os preguntaréis, ¿cómo puedo ayudar? Es más sencillo de lo que parece. Siempre se ha dicho que para solucionar un problema, el primer paso es reconocer que existe un conflicto. Pues bien, si has llegado hasta aquí, es que eres consciente de que el problema es real y que hay que actuar de inmediato. El primer paso ya lo has dado, ya estás aportando algo al cambio. Pero, hay que actuar.

Analiza tu entorno, y hazte preguntas sobre qué está en tu mano y qué puedes cambiar. Debes saber que este cambio es un proceso lento, pero que merece mucho la pena. No es pasar de 0 a 100, pero para pasar de uno a otro punto necesitamos gente que se sume a la causa. Toda ayuda individual es importante porque cuando menos te lo esperas, has pasado de ser 1 a que juntos seamos cientos.

Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo dijo una vez: mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo. Y es que parece que solos estaremos haciendo acciones sin importancia, pero gracias a ellas se consiguen grandes cosas.

No son hipótesis, lo podemos comprobar con el caso del Protocolo de Montreal en 1987, donde se firma un tratado de tipo ecológico con el único objetivo de recomponer la capa de ozono y hacer lo posible por cerrar ese agujero que nosotros causamos. En 2018 National Geographic publicaba: “el año pasado, la NASA informó que el tamaño del agujero en septiembre había sido el más reducido desde 1988, con una extensión máxima de 19,6 millones de kilómetros cuadrados.”

Esta es la prueba que gracias a pequeñas acciones se generan grandes cambios.

Volvamos a lo que comenzaste a leer.

Es imprescindible ser una gota de agua limpia y colaboradora. El ejemplo que das es de vital importancia. Y ahora te voy a compartir un secreto que sólo sabemos tú, yo y las personas que tengan tu mismo propósito de salvar el mundo: las personas analizamos internamente los movimientos de la gente que nos rodea y, de forma subliminal, los imitamos sean correctos o no.

Después de contarte esto tienes poder sobre las acciones de la gente de tu entorno, pero no lo olvides, ¡un gran poder conlleva una gran responsabilidad!

Viñeta del cómic Spiderman de Stan Lee

Ahora, puedes utilizar esta herramienta clave para cambiar el comportamiento de la gente ante la contaminación: cambiando tu propio comportamiento. No te quedes callado. Elige ser una gota limpia y contagiar en los demás la oportunidad de serlo. El cambio empieza por ti. 

Sobre el autor

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Siempre me ha gustado hacer cosas diferentes, conocer a gente nueva y viajar mucho. La mejor manera de enriquecerse a uno mismo es meter la nariz en aquello de lo que no sabemos nada, ser indagadores, audaces, buenos comunicadores y, sobre todo, tener una mente muy muy abierta. Es un mundo grande, y en él cabemos todos.
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