Ana Sandoval Moncada
Imagina que eres una persona africana limpiando una playa o una europea recogiendo basura del suelo, una americana utilizando su bicicleta como medio de transporte o incluso una asiática reciclando. Si nos damos cuenta, todas estas personas viven en diferentes continentes. Sin embargo, todas ellas tienen un propósito en común, combatir el cambio climático y luchar por un futuro más sostenible.
Como bien sabemos, el cambio climático es un problema que afecta al mundo entero. Da igual donde vivas, todos sufrimos y sufriremos las horribles consecuencias que conlleva el calentamiento global: temperaturas más elevadas, más tormentas intensas, aumento de las sequías, pérdida de especies, escasez de alimentos, etc. Además, según la ONU, los efectos del cambio climático nos dejan datos tan espantosos como que millones de personas africanas están en alto riesgo de morir de hambre por sequías, que en 2018 casi 62 millones de personas fueron afectadas por peligros naturales provocados por el cambio climático, e incluso que más del 95% de la población mundial respira aire insano.
Ahora bien, aunque el mundo entero está siendo afectado por el cambio climático, no todos los países sufren las mismas consecuencias ni actúan de la misma manera para combatir el calentamiento global. Esto está definido por las fronteras, límites geopolíticos que marcan diferencias entre las persona que vivimos en el planeta tierra y obligan a que nos posicionemos en uno u otro lugar.

Las fronteras pueden crear diferencias a la hora de tomar decisiones a gran escala sobre cómo frenar el cambio climático.
Esto es así ya que cada continente, país o ciudad cuenta con diferentes recursos, economías y políticas. Por lo tanto, no todos ellos tienen la misma capacidad de llevar a cabo ciertas propuestas debido a sus limitaciones o intereses. Por ejemplo, en el continente africano no se podrían empezar a sustituir los coches de gasolina por coches eléctricos, principalmente porque no es algo habitual tener uno y porque deben luchar contra otros problemas como el hambre.
En estos casos se debe aplicar la llamada justicia climática. Esta propone que las cargas, los impactos y los beneficios del cambio climático se compartan de manera equitativa y justa, y defiende un desarrollo que respete siempre los derechos humanos y una distribución equitativa de todos los recursos.
Por eso los países más ricos y desarrollados, además de ser los que más contaminan, deben ser los que adquieran compromisos más ambiciosos y reduzcan más rápidamente sus emisiones.
Dicho esto, que las fronteras sean un impedimento para tomar decisiones más complejas sobre el cambio climático no significa que cada individuo (independientemente de su lugar de origen) no pueda contribuir a salvar nuestro planeta. Todos y cada uno de nosotros somos perfectamente capaces de ayudar a frenar el cambio climático. Además, de formas tan sencillas como: reutilizando, reciclando, cerrando los grifos, ahorrando luz, etc.
Desde mi punto de vista, las fronteras sí que pueden llegar a dificultar la importante tarea de frenar el calentamiento global. Sin embargo, estas no nos impiden que cada individuo del mundo pueda aportar algo de su ayuda. Da igual de dónde vengamos, todos podemos salvar a nuestro planeta.