Maricruz Mora Forcada
Despertador, ducha rápida, desayunar algo, coche o autobús, atasco, colegio o trabajo, comer algo, coche, atasco, terminar de trabajar, cenar y a la cama. Esta podría ser la rutina de un día normal de cualquier ciudadano. Algunos sacarán un rato para llamar a un amigo, tal vez los adultos tengan que recoger a sus hijos o seguramente un estudiante revise sus redes sociales antes de dormir. Y aunque es cierto que cada persona tiene sus hábitos específicos, hay un factor común que seguimos todos, desde los jóvenes hasta nuestros mayores: nuestra forma de vida es acelerada y eso es a lo que nos ha acostumbrado la sociedad.
Tenemos que empezar a pisar el freno en nuestro día a día, tenemos que dejar que la Tierra marque sus tiempos. Porque nuestro planeta también necesita que levantemos el pie del acelerador.
Nos hemos acostumbrado a la inmediatez de las cosas
Nuestros hábitos han ido enfocándose en ese deseo del ya, del ahora, sin medir las consecuencias. Este deseo de inmediatez en todas nuestras acciones, incluso a la hora de comer, se puede observar en negocios como los restaurantes de comida rápida. Grandes cadenas como Burger King o McDonald’s sólo nos ofrecen una solución sencilla al problema de tiempo que nuestro acelerado ritmo de vida nos impone, ofreciéndonos un producto rápido y a corto gasto, que no supone más que seguir pisando el acelerador.

Por otro lado, hoy en día disfrutamos de todos los productos sin importar si son de temporada o no, ignorando el reloj biológico que tiene nuestro planeta. Estamos acostumbrados a consumir cualquier alimento, en cualquier momento, lo que genera una brecha entre lo que queremos conseguir y lo que nuestro planeta nos ofrece. Estos desajustes, en vez de eliminarse se cubren, como por ejemplo con las plantaciones en invernaderos. Y aún más, cada vez es más habitual consumir alimentos exportados de otros países, en vez de priorizar un consumo local. Siendo el porcentaje de alimentos extranjeros que consumimos cercano al 70% según recoge un exhaustivo estudiado realizado por el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT).
Por otro lado, esa cultura de lo accesible y los avances en agricultura nos han llevado a disfrutar de todos los productos sin importar si son de temporada o no, ignorando el reloj biológico que tiene nuestro planeta. Estamos acostumbrados
a consumir cualquier alimento en cualquier momento, lo que genera una brecha entre lo que queremos conseguir y lo que nuestro planeta nos ofrece. Estos desajustes, en vez de eliminarse, se cubren con soluciones como las plantaciones
en invernaderos.
Y aún más, cada vez es más habitual consumir alimentos exportados de otros países, en vez de priorizar un consumo local, favorecedor en términos ambientales y económicos. El porcentaje de alimentos extranjeros que consumimos es cercano al 70%, según recoge un exhaustivo estudio realizado por el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT).
Esta situación es insostenible, nuestro sistema alimentario debe establecerse en los límites de nuestro sistema planetario. Es por esto, que debemos priorizar y compaginar una alimentación sostenible con nuestros hábitos cotidianos.
Una alimentación sostenible no es más que aquella que genera un impacto ambiental bajo, facilitando que tanto nuestra sociedad como la futura puedan seguir una vida saludable. Las dietas que propone deben respetar y proteger la biodiversidad y nuestro medio ambiente; y aunque puede parecer que para llevar a cabo esta alimentación sostenible tenemos que hacer grandes cambios en nuestro día a día, no es así.
¿Son nuestros hábitos realmente compatibles con este tipo de alimentación?
La respuesta es clara. Si bien es cierto que cada persona tiene costumbres específicas, nuestro deseo de inmediatez y la rapidez con la que vivimos nos hace imposible llevar a acabo una alimentación verdaderamente sostenible. Seguir una dieta sana, consumir alimentos de temporada y locales, y evitar en todo lo posible desperdiciar alimentos… es fácil pero se nos hace complicado.
Y es que estamos tan cerrados en nuestra rutina que ignoramos el impacto que generamos en nuestro entorno, incluso con acciones tan cotidianas como comer y su claro efecto directo en nuestro medio. Y es que la alimentación es una de las actividades que mayor impacto ambiental generan, siendo responsable del 26% de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global, tal y como revelan los datos aportados por National Geographic.
Además, esta misma entidad reveló que la forma en la que producimos y consumimos alimentos afecta a los ecosistemas y a nuestra biodiversidad. La sobreexplotación y degradación de estos entornos que produce nuestra industria alimentaria ha reducido en un 20% la abundancia de especies autóctonas a nivel global.

Hemos diseñado una industria construida para cubrir el deseo de inmediatez de la población, en lugar de para garantizar una alimentación acorde con el reloj biológico de la Tierra.
En España, el mayor porcentaje de contaminación procede de esta industria alimentaria: un 52%, según el informe Sostenibilidad del Consumo en España, de la Comisión Europea y el Ministerio de Consumo.
La solución está en el ritmo
No son nuestros hábitos los que nos impiden alcanzar una alimentación sostenible, es el ritmo con el que nos hemos adaptado a realizar estos hábitos. Ese ritmo acelerado que llevamos es el que nos impide compaginar de mejor forma nuestra vida con una alimentación menos dañina para el planeta.
Alcanzar este modo de consumo pasa por ir al ritmo de nuestro planeta, quitar el pie del acelerador. Basta con que fomentemos como sociedad contextos que nos inviten a tomar decisiones más sostenibles, sin cambiar nuestros hábitos de una forma radical, solo respetando el reloj biológico de nuestro planeta.
Tenemos que mantener nuestro sistema alimentario dentro de los límites de nuestro sistema planetario. Porque aún no es tarde, estamos a tiempo de quitar el pie del acelerador y evitar chocarnos contra el muro al final de la carretera que es el cambio climático.
Muro que está construido con ladrillos de una industria alimentaria que quiere avanzar más rápido de lo que nuestro planeta puede, y como decía Chuck Palahniuk, hasta la luz y el sonido tienen límite de velocidad.